Música estridente. Caras grotescamente risueñas. Bailes ridículos. Un hombre -aliento a whisky- se acerca y musita una torpeza. Recibe a cambio una mirada cruelmente despectiva. Huye.
Trixie cruza sus largas piernas, y enciende el enésimo pitillo. Esa tarde ha ido a la peluquería, se ha hecho la manicura y la pedicura. Estrena un provocativo vestido vaporoso. Se ha maquillado cuidadosamente. Despide glamour y sensualidad, parece pedir un revolcón a gritos. Las mujeres la miran y la odian; los hombres la miran y la desean.
Y Trixie, a la espera del hombre perfecto, repasa mentalmente la lista de la compra y se acuerda de su cómodo sofá, su pijama y un café con leche.