domingo, 31 de agosto de 2008

el deseo de la mujer fatal

Una copa. Un cigarrillo. Aspirar, exhalar. Mirarse las uñas. Otra copa. Un cigarrillo más.

Música estridente. Caras grotescamente risueñas. Bailes ridículos. Un hombre -aliento a whisky- se acerca y musita una torpeza. Recibe a cambio una mirada cruelmente despectiva. Huye.

Trixie cruza sus largas piernas, y enciende el enésimo pitillo. Esa tarde ha ido a la peluquería, se ha hecho la manicura y la pedicura. Estrena un provocativo vestido vaporoso. Se ha maquillado cuidadosamente. Despide glamour y sensualidad, parece pedir un revolcón a gritos. Las mujeres la miran y la odian; los hombres la miran y la desean.

Y Trixie, a la espera del hombre perfecto, repasa mentalmente la lista de la compra y se acuerda de su cómodo sofá, su pijama y un café con leche.

domingo, 17 de agosto de 2008

Moda


Mientras buscaba documentación para un proyecto, me encontré con que en los años veinte la moda oriental causó furor entre la beutiful people parisina de la época. Brillantes colores estridentes, ojos pintados con khol...Teniendo en cuenta que los colores predominantes eran los grises, negros, marrones y el blanco- si no estabas de luto-, la verdad es que no es de extrañar la fascinación erótica que sentirían -que sintieron- señoras y señores cuando asistían a los bailes de los Ballets Rusos. Parece ser que hasta Helena Rubinstein -la de los carísimos cosméticos-, tras ver una de éstas representaciones, arrancó las cortinas blancas de su casa y encargó rápidamente unas nuevas con las tonalidades que la habían cautivado.
La Bella Otero, Matahari, Isabella Duncan, pobres, quedaron empalidecidas ante la brusca explosión de color oriental, los matices, los brillos y los atrevidos encajes y perlas, amén de la música (que me imagino subyugadora para la gente de esa época) y los exóticos bailes.

La primera Guerra mundial, mujeres haciendo el trabajo de hombres, el fin del corsé y el principio de los pantalones...Todo cambió radicalmente en cuestión de unos pocos años.

Y hay que ver todo lo que refleja lo que llevamos puesto.


Para saber más: "Moda. El siglo de los diseñadores. 1900-1999". Charlotte Seeling. Editorial Könemann.

viernes, 1 de agosto de 2008

Muerte de Tinta

-¿Sabéis lo que más impresionó a Tadeo?-Balbulus se limpió una mota de polvo de color de la manga adherida como polen amarillo al terciopelo azul oscuro-. Vuestras manos. Le parecía asombroso que manos que tanto saben de matar, fuesen capaces de manejar con tanto cuidado las páginas de los libros. De hecho tenéis unas manos preciosas. ¡Fijaos por el contrario en las mías!-Balbulus estiró los dedos y los contempló lleno de aversión-. Son las manos de un campesino. Rudas y toscas. ¿Queréis ver lo que son capaces de hacer a pesar de todo? (…)



Y allí estaban. (...) En una Balbulus había adornado tan sólo su propia inicial: la B, contoneándose sobre el pergamino, vestida de oro y verde oscuro, albergaba un nido de elfos de fuego. En la hoja contigua, hojas y flores trepaban por una ilustración apenas mayor que un naipe. Mo siguió los arabescos con los ojos, descubrió pistilos, elfos de fuego, frutos extravagantes, diminutas criaturas de nombres ignotos. Una imagen enmarcada con arte excelso mostraba a dos hombres rodeados de hadas delante de un pueblo, un grupo de hombres andrajosos a sus espaldas. Uno era negro y tenía un oso al lado, el otro llevaba la máscara de un pájaro y empuñaba un cuchillo de encuadernador.

-La mano negra y la mano blanca de la justicia. El Príncipe y Arrendajo. (...)


Cornelia Funke, "Muerte de tinta"