Tras unos pocos bocetos previos, y tras la consulta Teresil de rigor, percibí su silueta, su corte, su cara y su estilo. Es un personaje muy "típico", digamos: guapo, frío, elegante... canalla y rebelde, de esos a los que les da por pensar por sí mismos; y no sabes muy bien si te gustaría que te mirara desde la barra del bar en la que está acodado. Porque te lo vas a pasar en grande, pero a la vez sabes que te hará sufrir. Y es que es de esos hombres guapos que además son hábiles amantes y causan adicción.
Me decidí finalmente por un hombre rubio, muy rubio, que llamara la atención entre la morenez madrileña de principios del 20. Y los ojos gatunos son, por supuesto, mi debilidad. Todo por culpa de un verano adolescente en que vi "Dentro del Laberinto" veinte veces seguidas y quedé definitivamente enamorada de ese David Bowie con pelos locos y patitas de gamba. Claro que yo entonces no percibí lo ridículo del atuendo, la cuestión es que la fiera mirada de Bowie, su expresión, me fascinó y se quedó grabada a fuego en mi cabeza. Mezclarlo con Rodolfo Valentino, y hale...¡HOP!, Valsapena entró en acción.
Lo más difícil de Valsapena es elegir sus posturas y su atuendo. Siempre se corre el riesgo de quede afeminado en lugar de chulesco, y lo que busco es dibujar a un hombre de buena planta, honestamente a gusto consigo mismo y con su aspecto, ya lleve esmóquin o esté simplemente desnudo.
Pero ahora, algo me pasa con este tipo: cada vez que quiero hacerle en un dibujo aparte, fuera de las páginas, se me resiste, me hace dudar, se desproporciona continuamente. Y dentro de las páginas, he observado con estupor que se ha ido transformando, (a pesar de que siempre miro mis propios modelos), y no queda casi nada del Valsapena original, por lo menos a mis ojos.
Será chulito...