lunes, 24 de noviembre de 2008

las divagaciones del jubilado


La camarera rubia me sirve la cerveza sin mirarme a los ojos. En cambio, yo la miro, provocador, directamente a la cara, con intensidad. Tal vez mi mirada acabe quemándola un poco, lo suficiente como para echarme un vistazo, en una quimérica búsqueda de contacto espiritual o conexión cósmica, ¿quién sabe si somos almas destinadas a comprenderse? Pero otro cliente la llama y ella, como una grácil bailarina, se vuelve sonriendo abiertamente.

Serpentea entre las mesas, sin perder jamás su franca, blanca sonrisa, sus caderas giran concupiscentes (o así lo veo yo), los neones brillan en su pelo, la bandeja milagrosamente horizontal en su mano.

No soy el único que la mira (o más bien, admira) con ojos no muy limpios. Casi todos los parroquianos de éste fétido bar –en el que ella parece brillar intensamente, con luz feérica, un faro en la noche- no pueden evitar echar miradas (de soslayo o directamente atrevidas) al busto o al culo, modelados con maestría por la madre natura.

Sentado aquí, fantaseo e imagino. Cómo será su vida, la edad aproximada, ¿tendrá novio? Quiero creer que, además de ser una preciosidad, es inteligente e interesante, que visita museos en sus pocos ratos libres y lee libros sesudos. No hace dieta ni se preocupa por modas estúpidamente incómodas, ni su libro preferido es el diario de Bridget Jones. Combina el trabajo en este bar de mierda con estudios en la universidad, tiene padre y madre y un hermano pequeño al que adora…

Una risotada me saca de mis pensamientos. La camarera rubia bromea con un cliente apostado en la barra, y suelta el taco más grosero que he oído en mi vida. No puedo evitar un leve sonrojo, y mis fantasías acerca de la mujer perfecta se desvanecen. Ella sigue parloteando: tiene la voz bronca e impertinente-se nota que fuma mucho y lee poco-, se llama AnaMari, y su novio-electricista de profesión- es un pedazo de hijoputa y un cabronazo y un mierda. Bueno, eso afirma ella a grandes voces.

De repente siento un apretado nudo en la garganta, como ganas de llorar. Pago mi cerveza y me marcho. A ver si en otro lado puedo fantasear en paz.